Lo que no vimos (o no quisimos ver)
Por Adrián Helien
El universo de la sexualidad ya no es tan fijo ni inmutable. La identidad de género es una construcción compleja que puede coincidir o no con el sexo asignado al nacer. La diversidad abarca todas las clases sociales, y a toda la humanidad en distintos momentos de la historia. Desde la medicina, el compromiso con la despatologización de todas las identidades de género es una lucha que recién comienza.
“El hombre está siempre dispuesto a negar aquello que no comprende”.
Luigi Pirandello
Este texto es una invitación a observar nuestras certidumbres y a percibir con mente de principiante, sin juzgar. Es el fruto de haber coordinado durante diez años un equipo que trabaja en un hospital público: el Grupo de Atención a Personas Transgénero del Hospital Durand (GAPET). Esta experiencia me acercó a un grupo de personas a las que el sistema de salud les había cerrado las puertas. Pude escuchar sus historias, sus narrativas y sobre todo observar de cerca las consecuencias negativas de lo que habíamos (o no) hecho.
Esto marcó un antes y un después en mi manera de comprender lo humano y pude darme cuenta de que, a pesar de haberme formado como especialista en psiquiatría y en sexualidad, sabía poco y nada de la temática. Empecé a comprender a las personas transgénero cuando pude verlas y escucharlas más allá de lo que decían los libros. Quiero aclarar que las personas transgénero o trans son aquellas que no se sienten identificadas con el sexo que les asignaron al nacer. Hoy sabemos que la identidad de género, esa percepción subjetiva acerca de quién soy yo, es una construcción compleja que puede coincidir o no con el sexo asignado al nacer, siendo una situación humana posible y perfectamente normal.
La sexualidad de por sí es un tema poco estudiado y abordado dentro del sistema sanitario. Pero si hablamos de las personas transgénero el tema se vuelve aún más desconocido, confuso y lleno de prejuicios. Pienso que este fue un punto ciego de la ciencia. Ese lado que no vimos o no quisimos ver. Sobre todo por las secuelas que produjo en las personas que fueron abandonadas a su suerte, sólo por el hecho de no entrar en las categorías de varón o mujer normativos, o cisexuales, es decir, aquellos cuya identidad de género coincide con la asignada al nacer.
El ojo es un scanner muy pobre, en la retina los vasos sanguíneos y los cables nerviosos están situados por delante de los fotorreceptores, de modo que bloquean la luz que llega y crean un punto ciego. Es decir que delante de nosotros hay un punto en el que no vemos. Pero no nos damos cuenta, porque no vemos lo que no vemos.
Hasta la creación del GAPET del Hospital Durand en el año 2005, no existía atención sanitaria para las personas transgénero. No se las atendía, se las expulsaba, se las discriminaba. ¿No nos dimos cuenta?
No vamos por la vida con un agujero en la visión. Llenamos ese hueco. Estamos tapando agujeros perceptuales continuamente. Huecos de puntos ciegos que tenemos debido a nuestra estructura anatómica, conductual o cultural. En este caso colocamos la diversidad en el casillero de lo patológico, sin ninguna evidencia científica, y recién hoy lo estamos empezando a percibir, para revertir ese error.
El binario y sus consecuencias
Actualmente asistimos al derrumbe de la ideología binarista. Ese dogma que planteaba que había sólo dos formas de ser persona en el universo: varón y mujer. Los mundos construidos a partir del rosa y el celeste seguían las reglas de la ideología heteronormativa y heterosexista, bajo la cual desde una mayoría heterosexual, sólo por el hecho de serlo, impuso las reglas. Desde ese lugar de poder autootorgado, dictaminó lo que era ético, estético y moral; salud y enfermedad y normal y anormal, basados en la sexualidad heterosexual y reproductiva.
Esta ideología dogmática actuó filtrando nuestra percepción de lo que es una persona. De manera invariante dictaminó y condenó a los que no entraron en los casilleros normativos a quedarse afuera de derechos humanos básicos como el de tener una identidad.
A la vez creó en nosotros una policía de género, que vigila y castiga a todo aquel que no se atenga a las leyes del rosa y el celeste. Introyectamos esta forma de vigilancia, en nosotros, para cumplir con las normas binarias que incluyen vestirse, movernos corporalmente, hablar, la actitud, etc. A la vez también vigilamos que los otros las cumplan. Si no se cumplen y/o no entramos en el casillero normativo, corremos el riesgo de ser juzgados, discriminados, agredidos y victimizados. Esta construcción binaria se da a partir de lo biológico, como única realidad: “Sos varón si tenés pene, sos mujer si tenés vulva y vagina”. No se discutía, se aceptaba como “La verdad”. Hoy sabemos que nos equivocamos y aceptamos que no siempre es así. Existen múltiples variantes de construir las identidades de género, no todas coinciden con lo biológico. Una vez más hemos superado y complejizado nuestra biología. Hay infinitas maneras de subjetivar el género, todas legítimas y normales.
Hasta hace muy poco, para definir la identidad de las personas se tomaban variables biológicas (sexo cromosómico y genital), hoy reconocemos que la identidad de género es tan sólida y dominante como los preceptos anteriores. Por lo tanto, actualmente es el criterio de elección.
Los médicos y la diversidad
Profesionales de la salud muchas veces reproducen prácticas discriminatorias producto de la internalización del paradigma del modelo binario y/o el médico hegemónico. Estos modelos promueven la estigmatización y cosificación de las personas al naturalizar los parámetros de normalidad/anormalidad, capacidad/incapacidad, salud/enfermedad, y simplifica la importancia de los determinantes sociales a la hora de abordar la salud de una persona.
Aún hoy existen profesionales de la salud que desconocen, niegan, discriminan o califican como psicóticos, esquizofrénicos o masoquistas a las personas transexuales.
El 85% de las personas que consultaron en nuestro servicio recibieron algún tipo de maltrato por parte de los profesionales de la salud (médicos, psicólogos, enfermeros, etc.).
Numerosos trabajos científicos dan cuenta de los obstáculos que tenemos los profesionales a la hora de abordar la diversidad: incomodidad, prejuicio, discriminación, mala formación. Falta de entrenamiento en cómo preguntar/dialogar. Eventual heterosexismo, homofobia u hostilidad. Desconocimiento del tema diversidad sexual. Desinformación sobre el proceso identitario. Falta de tiempo, temor a abrir la “caja de Pandora” y mal manejo de la confidencialidad, son sólo algunos de los problemas detectados.
No sabemos cómo se conforma la identidad: ninguna (ni varón, ni mujer, ni trans). Lo llamativo es que siempre la pregunta es para las minorías. Como si tratáramos de señalar al diferente, otorgándonos un supuesto lugar de normalidad y superioridad, para clasificar como enfermo al otro.
Lamentablemente la ciencia médica actuó así. Lo peor es que cuando los médicos clasificamos algo como patología, tratamos de curar. Lo cierto es que jamás curamos a nadie (que además no quería, ni debería ser tratado). El acto curativo más importante de la psiquiatría fue sacar la homosexualidad y a las variables identitarias del catálogo de las enfermedades mentales. Cosa que sucedió muy recientemente. La ciencia médico-psicológica actuó desde el binario.
Hoy sabemos que cualquier intento de modificación identitario o de orientación sexual es antiético y está condenado por todas las asociaciones médico-psicológicas de reconocido prestigio en el mundo.
Despatologización de la diversidad sexual
La Asociación Mundial de Profesionales para la Salud Transgénero (WPATH) nos dice que “la expresión de las características de género, incluidas las identidades, que no están asociadas de manera estereotipada con el sexo asignado al nacer, es un fenómeno humano común y culturalmente diverso que no debe ser juzgado como inherentemente patológico o negativo”. Esto significa que no sentirse identificado en el sexo asignado al nacer es una experiencia humana normal, que corresponde a las diversas posibilidades de subjetivar el género.
Lo cual pone en blanco sobre negro algo que siempre existió: la diversidad sexual estuvo presente a lo largo de toda la historia de la humanidad. Numerosos escritos, obras de arte, relatos y distintas formas de registro dan cuenta de ello. La diversidad abarca todas las clases sociales, y a toda la humanidad en distintos momentos de la historia.
Tenemos que admitir además que desde el mundo científico no existe ninguna hipótesis aceptada universalmente acerca de cómo se construye la identidad.
No sabemos cómo se conforma la identidad sexual. Ninguna: varón, mujer, transexual, transgénero, intersex. Lo llamativo es que siempre nos preguntamos por lo que queda fuera de la norma: causas de la identidad trans, orientación homosexual, etcétera.
No existe causa aceptada con evidencia científica, en el mundo médico, sobre identidad ni orientación sexual.
Sí sabemos que no es una elección. En el sentido de cómo escogemos en una góndola de supermercado tal o cual marca de una mercadería. Es un descubrimiento. Producto de múltiples factores y de la interacción entre una matriz biológica y el medio.
También aprendimos que el órgano que se presenta como fundamental es el cerebro y todas sus conexiones. Lo cual nos lleva una vez más a pensar en la integración cuerpo-mente-contexto, de manera inseparable.
Clasificar y cosificar
Utilizo la palabra transgénero para referirme a las personas que no se sienten identificadas con el sexo-género asignado al nacer a partir de su biología. Incluyo aquí a todas las expresiones posibles. Ya que no hay una clasificación que las abarque mejor y porque además no hay una sola forma de ser transgénero, como no hay una sola forma de ser varón, mujer, homosexual, heterosexual, etc. Hay diversidad en la diversidad. Por más que queramos encerrar a las personas: no van a entrar en los casilleros que les asignamos. Hay que tener en cuenta que las categorías de identidad no son nunca meramente descriptivas, sino siempre normativas, y como tales excluyentes.
Por otro lado estaríamos etiquetando procesos, lo cual equivale a simplificar brutalmente y jerarquizar siempre lo binario: varón y mujer cisexual.
Las clasificaciones médicas en el tema de la diversidad sexual significaron una forma de acallar subjetividades; borrarlas y patologizarlas.
Quizás hoy sea más correcto hablar de personas transgénero, cada una con sus necesidades específicas.
Cuando digo que las personas trans no tuvieron categoría de persona, me refiero a que al decir “persona” estamos hablando de quien es el sujeto de determinados derechos morales y, como tal, merecedor de protección moral por parte de terceros.
Evaluar la noción de “persona” implica afirmar, entonces, qué es lo que hace que la vida sea importante y lo que hace que algunas vidas sean más importantes que otras. El hecho es que a las personas las protege la sociedad y les da derechos. Existe protección moral.
Previo a la Ley de Identidad de Género las personas trans no tenían igualdad de derechos ni ciudadanía plena. Tenían que hacer un juicio al Estado para que se reconociera su identidad y para que un juez les autorizara a modificar su DNI y su propio cuerpo.
Era sometida/o a infinitas pericias, físicas y psicológicas (exámenes cromosómicos, urológicos, ginecológicos, test psicológicos varios) durante años. Tenía que demostrar lo indemostrable; ya que la identidad de género está inscripta de manera subjetiva en lo más profundo de nuestra mente y cerebro. Lo más dramático era que el juez de turno, según su propia ideología definía si le otorgaba o no su propia identidad. Podemos hacernos una pregunta, más que obvia: ¿de quién es la identidad? La identidad es de la persona que la posee. No es del representante de la ley, ni del médico actuante, ni de nadie, más que de la persona que la porta. Lo mismo podemos decir de su cuerpo. Todos tenemos el derecho a nuestra identidad y a disponer de nuestro cuerpo.
Este privilegio era para las personas cisexuales (las que coinciden con el sexo asignado al nacer, en general a partir de su biología), para las personas trans no. Desgraciadamente sigue siendo así en la mayoría de los países del mundo.
Habría que poder ponerse en su piel, para poder experimentar por un rato aunque sea imaginariamente el monto de sufrimiento padecido. O qué significa ser un ciudadano de segunda o tercera categoría sólo por el hecho de no sentirse identificado con el sexo asignado al nacer (o por no ser heterosexual en otros lugares del planeta).
Hoy la ciencia admite el error y reconoce que el mundo ya no es tan binario.
La Ley de Identidad de Género argentina es única, ya que desjudicializa al sacar del ámbito de la Justicia el tema. Las personas trans ya no tienen que hacer un juicio al Estado para que les otorgue el cambio en el DNI, ni autorice las intervenciones quirúrgicas necesarias. Despatologiza: reafirma que todas las identidades son normales. Finalmente valida la autopercepción de las personas y sólo hay que hacer un trámite administrativo para el cambio en el documento. Este hecho no es menor ya que da poder a la palabra. A la vez garantiza el acceso a las cirugías y tratamientos hormonales para los que lo necesiten, a fines de vivir más armónicos en consonancia con su identidad de género.
Un poco de historia
Sabemos que la diversidad existió a lo largo de toda la historia de la humanidad, muchas sociedades la integraron y otras la castigaron.
La realidad, que no era binaria, fue redefinida en un momento de la genealogía del saber como pecado, con castigos que podían llegar hasta de muerte (aun hoy en siete países existe pena de muerte para la homosexualidad: Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Irán, Mauritania, Somalia, Sudán del Sur, Yemen) y en 76 países sigue siendo un crimen. No es una metáfora: ser gay o lesbiana en los países citados puede hacer la diferencia entre estar vivo o muerto.
El paso siguiente lo dieron las ciencias de la salud. Salvo honrosas excepciones aceptaron el dogma binario heteronormativo-heterosexista y sin ninguna evidencia científica consideraron patología a todo lo que quedaba fuera de él.
No miramos o no quisimos reflexionar sobre las enormes consecuencias de este hecho. La estigmatización, el prejuicio, la discriminación y la violencia sobre las personas afectadas son algunos de los efectos producidos sobre ellos. Sólo por no entrar en las categorías de varón y mujer normativos o cisexuales.
Este dogma/ideología binaria dejó afuera a muchos semejantes que no tuvieron el ejercicio pleno de sus derechos humanos. No se los consideró personas, no se les permitió tener una identidad, ni acceder al sistema de salud, al mundo laboral, al estudio, o a la intimidad. Fueron estigmatizados desde los manuales de psiquiatría que rigen las normas de atención de todos los sistemas sanitarios. Hasta ayer nomás se los tildó de enfermos, locos, bizarros, psicóticos, raros, perversos, trastornados.
Sometimos a una vida de segunda clase a todx aquel que no entrara en esos cajones binarios.
Experiencia trans en la niñez
Un tema que resulta particularmente alarmante es que las experiencias trans también pueden darse (y se dan) en la infancia. Donde niñxs que no cumplen con las expectativas de la tipificación varón-mujer también son estigmatizados y maltratados. Quizás uno de los problemas más invisibilizados. Los niños con experiencia trans son en general obligados a entrar en un molde en el que no entran. No se les permite elegir sus juguetes preferidos, por no cumplir con las expectativas esperadas según el género asignado al nacer. Esto limita sus posibilidades de juego, de desarrollo de habilidades y de integración social.
Muchas veces reciben castigo o rechazo de sus familiares cercanos. Con enormes consecuencias negativas para su salud. Un estudio de Caitlin Ryan de la Universidad de California nos dice que el rechazo familiar multiplica por ocho el riesgo de suicidio en niños y jóvenes homosexuales y transexuales. Otro realizado en la ciudad de Nueva York nos cuenta que del 25 al 40% de los homeless en NYC pertenecen al colectivo LGBT. Fueron expulsados de sus hogares a edades tempranas cuando quisieron salir del closet. Hay que saber que la aceptación familiar disminuye drásticamente las probabilidades de problemas de salud mental, la deserción escolar, el abuso de sustancias y suicidio.
Época de cambios
A la vez, de manera vertiginosa se están produciendo enormes cambios en la comprensión de la diversidad sexual. Una verdadera revolución está transformando nuestras sociedades. Las personas que no fueron consideradas como tales están reclamando por sus derechos y son escuchadas. En muchos casos han provocado cambios jurídicos al modificar las leyes: la Ley de Identidad de Género argentina es un ejemplo. Otras veces han modificado las normativas de atención al incluir la salud de las personas transgénero en la agenda sanitaria. A la vez las empresas empiezan a visibilizar el colectivo trans en el mundo de Internet donde por ejemplo Google+ y Gmail han incluido las categorías: varón, mujer y otro. Facebook personalizó aún más las identidades de género donde hay muchas opciones (50), entre las cuales están transgénero, intersexual, andrógino, neutro, etcétera.
Sólo basta observar algunos aspectos de la realidad que nos atraviesan. Abrir los ojos y ver que vamos camino a la integración de las identidades trans en un plano de igualdad de derechos. Hecho irreversiblemente nuevo y en el cual nuestra ley de identidad marca el rumbo y se lo señala al resto del planeta.
Hoy asistimos al derrumbe de esta concepción que afectó a millones de personas. El DSM V saca de la categoría enfermedad mental a la transexualidad y borra el trastorno de la identidad sexual. Ninguna identidad es patológica y se empieza a desmoronar el binario.
Están cambiando los conceptos referidos al género y todas las clasificaciones quedan obsoletas porque las personas se autodefinen constantemente, incluyendo posturas políticas disidentes. Cambian los procesos cerebro-mentales y por consiguiente los cuerpos que las representan. En ese sentido es más útil deshacer el concepto de género tal cual lo conocíamos.
¿Qué es hoy ser varón, mujer, travesti, transexual, transgénero, intersex, no conforme con el género, cyborg, neutro? Asistimos a la era post género. Hay tantos géneros como personas existen y se autodeterminan.
¿Qué cuerpos representan esos géneros? Hoy hay varones con útero, vulva y vagina, mujeres con pene y mamas. Hay diversidad de cuerpos y son más de diseño que nunca en la historia.
También cambian las parejas, las familias y la sociedad toda es más diversa.
El universo de la sexualidad ya no es tan fijo ni inmutable. Es diverso y cambiante. Hay cambios en la sexualidad, en el placer, en los aspectos reproductivos, en el concepto de familia, en los cuerpos de diseño, para todos (no sólo para cisexuales).
Nuestra tarea como profesionales de la salud es distinguir entre las normas que permiten a las personas vivir, desear y amar plenamente, de aquellas que coartan sus posibilidades de vida.
En ese sentido el compromiso con la despatologización de todas las identidades de género es una lucha que recién comienza y continuará…
Publicada en revista Voces en el Fénix.