¿Qué pasa cuando el binomio varón-mujer no es suficiente? A cuatro años de la sanción de la Ley de Identidad de Género reflexionamos sobre la niñez trans en una sociedad que sigue patologizando lo queer.
Una madre da a luz mellizos. Le habían dicho que iban a ser dos varones. Al principio uno de los bebés no paraba de llorar. Todavía sus papás no sabían cómo interpretar el reclamo de su hijo. Después de robarle todas las remeras a su vieja para usarlas de vestido, uno de los mellis pudo articular la frase que iba a liberarla: “Yo nena, yo princesa”.
El rol de una madre, muchas veces sobrevalorado por una sociedad que coloca a la mujer como un instrumento “para”, resultó fundamental en el caso de Lulú. Sin embargo, una madre no deja de ser mujer para servirle a su hijo, como tampoco deja de serlo cuando lleva el rol de esposa, y esto es algo que hay que tener presente al hablar del Día de la Madre. Hay mamás luchadoras, revolucionarias y guerreras, pero sus revoluciones no las hicieron como madres sino como mujeres.
El género es una construcción social, cultural, moral, ideológica y política. La dicotomización de los roles que ordena las mentes permite comprender el mundo según el opuesto del rosa y el celeste. Lo “femenino”, con todos sus atributos rosados, sensibles y delicados, y lo “masculino” con todas sus características fuertes y bien “machas” de la paleta de los azules. Un binario que simplifica, categoriza y etiqueta por un lado pero que, por ese mismo encasillamiento, estigmatiza, patologiza y excluye. Esta es la opción que conocemos, pero el mundo del rosa y el celeste no alcanza.
Los roles de género y toda la mochila cultural que implica llevarlos nos atraviesan desde la pre-natalidad. Mecánicamente, con un bebé en camino se planifica y proyecta de acuerdo al sexo biológico asignado. Se busca que ocupe un lugar en el binario heteronormativo. Sin embargo, la categorización que la sociedad pretende imponer a rajatabla como lo normal y saludable invisibiliza la posibilidad de pensar el género como algo mucho más flexible y mutable. El caso de “Lulú” fue bandera y el “Yo nena, yo princesa” derribó toda esa estructura que brega por un mundo dividido por el opuesto inevitable y necesario de la feminidad y la masculinidad. El rol de una madre que acompaña desde el amor fue esencial.
Hay muchas maneras de autopercibirse genéricamente. Hay quienes se sienten a gusto con el género asignado al nacer pero que no encajan con los estándares de lo que se espera de ese género, otros que ni lo piensan y en otros casos, hay quienes directamente se identifican con otro género. “Hay niños, niñas o niñxs que al momento de nacer no se perciben con el sexo con el cual nacieron y lo pueden expresar desde las edades más tempranas, como cuando comienzan a hablar. Por ejemplo, tengo registros fotográficos en donde un niño que nace biológicamente varón se autopercibe como nena y pone un trapito en su cabeza a manera de cabello. Otros niños lo expresan de otras maneras. Eso existe. La identidad genérica puede no coincidir con la del sexo asignado al nacer y es algo absolutamente normal”, cuenta Adrián Helien, médico psiquiatra, coordinador del Grupo de Atención a Personas Trans (GAPET) del Hospital Durand y autor del libro Cuerpos equivocados de editorial Paidós. Y agrega: “El 80% de los adultos que nos consultan se percibieron con un género distinto al que la cultura les había asignado al nacer antes de los cinco años. Antes de los 10 años ya te da una cifra del 90%. Esto existe”.
Por su parte, los padres atraviesan una montaña rusa de sensaciones, inquietudes, miedos e incertidumbres y muchas veces, incluso inconscientemente, esos sentimientos son los que luego son transmitidos a los niños y niñas, y les impiden vivir una niñez plena. Adrián amplía: “Hay dos lugares que deberían ser los más contenedores de los niños y niñas, que son la familia y la escuela. Pero la realidad es que son dos lugares altamente normativos y binarios, y que están imbuidos y presionando muchas veces por estos valores: todo el tiempo se trata de que los chicos, chicas y chicxs ingresen en estas casillas. Y, la mayoría de las veces, esos chicos no tienen el poder de expresarse y de ser escuchados. Ese es el tema, escuchar y ser respetados en su percepción de género. Y la contención necesaria para esto es algo que no todos tienen. Muchas veces un padre le transmite miedos e inseguridades a sus propios hijos desde el “Esta todo bien con que sea trans pero ¡cómo va a sufrir!” Es lo mismo. Hay que trabajar para que los padres y las madres puedan aceptar y abrazar amorosamente a su hijo o hija simplemente por quién es y no transmitirle el mandato de entrar en un casillero”. Gabriela, la mamá de Lulú se llevó el mérito porque hizo algo que muchas madres no se animaban: escuchar a su hija.
La “policía del género”, como la llama Adrián, es aquella sociedad en donde la violencia adopta diversas formas que empiezan por la no escucha y el maltrato. Los niños y niñas que frecuentan el consultorio de Helien no sufren por una patología, sufren por una sociedad que los patologiza. En la sociedad de la disciplina, donde se castiga al diferente, al que ve más allá del rosa y el celeste, se sanciona al niño o niña por ser.
La transexualidad ha sido y es catalogada como una enfermedad, un trastorno o una incongruencia desde diferentes espacios de la salud, “Yo diría que más que un vacío, hay un “llenar” esa ignorancia que se plantea. Es decir, sabemos mucho de ciencia pero nos manejamos simplemente con otras variables normativas, impuestas desde otras categorías. Los manuales de los trastornos mentales llenaron ese vacío simplemente con prejuicios, discriminación, coartación de derechos, y patologización”. El discurso normativo, entonces, alimenta el odio y justifica la transfobia.
Según un informe del GAPET, la patologización de la niñez trans aumenta ocho veces la posibilidad de tener conductas suicidas en el futuro o incluso llegar a efectivamente cometerlo. Y detrás de la violencia familiar, viene el resto: un sistema educativo que expulsa y estigmatiza, un sistema de salud desinformado e inaccesible, un mercado de trabajo que imposibilita el acceso a un trabajo formal, el consumo problemático de drogas y alcohol, y una policía que maltrata y abusa.
No obstante, ser políticamente correcto y aceptar las identidades trans no es suficiente. No hay una sola manera de ser trans, como tampoco hay una sola manera de no serlo. La sociedad occidental, patriarcal y heteronormativa nos da una sola respuesta: la del binomio, la que conocemos. Pero el género en sí es algo mucho más fluído en cuanto a sus representaciones y sus expresiones. Es necesario entonces manejar una mirada crítica al respecto. Adrián concluye: “Creo que es un polo idealizado que borra la diferencia que existe con respecto a cada género, porque no es que hay una sola forma de ser hombre o una sola forma de ser mujer y, si bien la sociedad es binaria, la ciencia es binaria y el mundo está dividido entre hombres y mujeres, lo que sucede es que hay un montón de personas que también se definen por fuera de ese binario, ni tampoco quieren entrar en ese binario. Y en verdad, pensando en la teoría de Judith Butler donde plantea que hay tantos géneros como personas hay, se borra un poco este binomio genérico del que hablábamos antes. Estas categorías están siendo cuestionadas y hay muchas más categorías genéricas que rosa y celeste. En realidad, hay un arcoíris”.
Manuela Sisti | Revista Chocha