Muchos extranjeros, la mayoría jóvenes, eligen el país para estudiar y adecuar su identidad de género.
El mail es preciso y va a directo al grano: “Soy de Ecuador y viajo a Buenos Aires por estudio, ya que voy a comenzar mi carrera universitaria en la UBA. Otro de los motivos de mi viaje es iniciar mi transición de cambio de género. Aquí no contamos con el derecho a la identidad para estos casos y tampoco hay centros especializados en el tratamiento adecuado de una mujer transexual. Brian F.”.
Brian, como firma, es un varón biológico, de veintipico, clase media, que se define como una “mujer transexual”. Esto es: se autopercibe con el género opuesto al sexo biológico asignado al nacer. La consulta no es única ni nueva para los especialistas: desde que en la Argentina se sancionó la Ley de Identidad de Género, en 2012, el país se convirtió en un lugar de referencia para personas trans de otros países. La mayoría de los que vienen son de América latina, pero también hay casos de Rusia, España y Estados Unidos.
Los que encabezan las consultas son jóvenes que aprovechan un inusual combo, acaso único en el mundo: estudiar en la universidad y hacer su transición. En el Hospital Durand de la Ciudad deBuenos Aires, los extranjeros que concurren al Grupo de Atención a Personas Transexuales representan el 10 por ciento de las personas trans que se atienden allí. Sin contar a los que directamente optan por centros de salud privados.
Alberto, chileno de 23 años, decidió venir a Buenos Aires, hace un par de años, para estudiar y también para hacer su proceso de transición, lejos de miradas que señalan. Le resultó positivo descubrir una sociedad abierta. “Encontrar gente que me ayudaba fue algo maravilloso. Nunca, nadie, me hizo sentir mal en ninguno de los lugares por donde pasé. Ni siquiera cuando empecé el CBC y todavía tenía mi documento con nombre de mujer y mi aspecto era de varón”, resume.
Pero, ahora, está empezando otro momento en su vida. Definitivo. Porque regresó a su ciudad, Santiago de Chile, con su esposa , con quien se casó en octubre, donde comezarán a vivir como una pareja más. Es la conclusión de un camino que había comenzado mucho antes, en la niñez, se hizo fuerte en la adolescencia y tomó forma con los años.
“Me hice solo.” Es lo primero que marca. Habla de construir en cierto aislamiento, no únicamente su vida, también su identidad. Un trazo que tuvo mucho de ambiguo y de sentir que no calzaba. Sobre todo, desde que Alberto le ganaba espacio vital a Christine. Incluso ese nombre que figuraba en su documento, Christine Anne, llamaba a la ambigüedad. “Si lo decís de corrido podía sonar Christian”, se ríe. Y él lo utilizaba como un juego de espejos. “Muchas veces me llamaban Christian sin fijarse si era hombre o mujer. Y como mi aspecto era igualmente ambiguo, les seguía la corriente.” El teatro, hacer stand up, escribir, lo ayudó a poder tomarse las cosas con cierto humor. Poner una sonrisa donde había tensión. Aunque nada quedó exento de nudos emocionales todavía por resolver.
Su relato suena pausado, austero, despojado de emociones. “Desde los doce, trece años, empecé a asumir a Alberto. Le conté a mi familia lo que sentía con la idea de empezar con los cambios físicos. Quería estar bien con mi entorno y conmigo mismo.” Pero no hubo apoyo familiar. Mucho antes, a los ocho, se había dado cuenta de que “algo no calzaba”. En la adolescencia pensó que era lesbiana porque sentía atracción por las chicas. Pronto, un detalle sonó con más fuerza: “No sentía que fuera una mujer que se enamoraba de otra mujer. No era así; no de esa manera”, define.
Tenía cierta masculinidad, no usaba ropas femeninas y se presentaba como varón. Así salía al mundo. Así conoció a su esposa con quien, define, conforman una pareja heterosexual. “Ella me conoció como Alberto, siempre supo quién era.” Y él no sintió la necesidad de explicarse sino de ser aceptado: “No voy por la calle con un cartelito de transexual. Simplemente, camino como una persona cualquiera. Muchas veces, los otros te ven de la forma en que uno se presenta frente a los demás”, remarca.
Un paso definitorio en todo su cambio fue hacerse una mastectomía y dejar de fajarse las mamas, algo que hacía desde los 17 años. “Físicamente, esa operación me cambió la vida. Lo primero fue ir a nadar. Sentir el agua en el pecho fue una sensación única, liberadora”, describe. El tratamiento hormonal lo hizo de manera particular en una clínica de Caballito. Su cuerpo se transformó con cierta rapidez; cambió su tono de su voz, creció el vello en su cuerpo y en su cara. Un rostro redondeado suavemente, sin rasgos filosos.
El paso siguiente, después de finalizar el tratamiento hormonal, fue rectificar su documento en Chile. Para eso tuvo que realizar trámites legales que llevaron su tiempo. “Y eso sí fue algo tedioso. Tuve que hacer una demanda judicial por cambio de nombre y de sexo; una prueba de vida, un diagnóstico psiquiátrico. Demostrar que uno es uno resulta bastante cansador”, describe.
En otros países, como ocurría en la Argentina hasta antes de la ley, un psiquiatra debe confirmar el diagnóstico de “disforia de género” que, en términos médicos, significa que una persona no se identifica ni siente como propio el sexo biológico con el que nació y su identidad de género.
Después de un año, Christine, finalmente, fue Alberto también en los papeles: “¿Por qué Alberto? No sé. Desde que tengo conciencia me preguntaban cómo te llamás y tiraba ese nombre”.
Camino sinuoso. El recorrido de Giu, una peruana de 47 años, tuvo varios momentos. El nombre lo eligió de una telenovela brasileña que miraba hace más de 15 años, cuando aún vivía en Arequipa. Le gustó y quedó. Pero para ser plenamente Giu pasó mucho tiempo.
“Hasta los 35 viví como Javier. A veces pienso que él y yo podemos ser como hermanos, muy parecidos”, dice. “Javier era como lo que ves: una persona muy sencilla y natural. Lo único que hizo fue cambiar de país y cumplir lo que quería.” Hubo etapas de avances y retrocesos. Cuando avanzaba hacia una posible transición, retrocedía. “En realidad, me reprimía”, acepta hoy.
Se asumió como un muchacho gay, aunque estaba más a gusto cuando usaba ropas femeninas que elegía de las revistas de moda. Por entonces, cuenta, tenía la franquicia de una cadena de peluquerías y le iba muy bien. Sin embargo, el buen pasar laboral era una vía de escape para no terminar de definir lo que deseaba para su vida. Hasta que llegó un instante, casi imposible de identificar con algo puntual, donde tomó la decisión postergada. “Sentía que estaba muy bien con mi trabajo pero no me estaba ocupando lo suficiente de mí”, cuenta. Y un día, anunció que se iba de viaje. El pretexto fue hacer un curso de peluquería en Buenos Aires. El fondo: “Quería tener una experiencia fuera de mi país, ver qué le pasaba a Javier lejos de su entorno”. Y lo primero que experimentó en la lejanía fue soledad y tristeza. “Me sentí vulnerable”, recuerda.
Por entonces, caminó por lugares internos impensados. Aquella ambigüedad que había dejado en Perú, aquí empezó a transitar una etapa de vida como travesti. “Necesitaba identificarme con algo. Para el afuera era un muchacho gay, pero adentro mío era otra cosa. Me sentía mujer y quería que me vieran como tal”, explica. Hubo épocas en que se vestía de mujer para salir de noche y era el momento en que aparecía Giu. Durante el día, Javier seguía con su vida. “En ese tiempo solía preguntarle a una amiga si me veía como una travesti o como una chica”, comenta. Había pasado un año desde su llegada a la Argentina y se había hecho las lolas con unos ahorros que trajo de su país.
En una mudanza, hizo también un cambio definitivo: “Me puse unos aritos, pantalones entallados, una blusa, salí a calle y dije: ‘Hola, soy Giu’”. Fue un paso crucial porque no hubo vuelta atrás. Esta vez no retrocedió. Lo siguiente fue llegar a la cirugía de reasignación sexual que se hizo 14 meses atrás en el Durand. Eso le trajo bienestar. Se siente libre. “No me reprocho nada. Soy una mujer transexual y si volviera atrás, lo único que evitaría sería algunas cirugías que no me gustan mucho cómo quedaron”, comenta guardándose los detalles. “Hoy me encuentro bien conmigo. El DNI de residente con mi nombre de mujer me hace sentir incluida.”
En Perú, sin embargo, su identidad legal sigue siendo la de Javier hasta que finalicen los trámites judiciales. Su familia se quedó con la imagen de aquel día cuando dijo que se iba de viaje.
Ser uno mismo. “Es una realidad que aumentaron consultas de gente joven, de 18 años y bajando. Y también de extranjeros que vienen en busca el aspecto identitario. Esto es, hacer todos los cambios necesarios para ser reconocidos socialmente. Y tener una inserción social desde su verdadera identidad de género”, describe el psiquiatra Adrián Helien, que coordina el equipo del Hospital Durand.
“La realidad de operarse es lo que más tracciona entre las personas trans de otros países”, explica. “Pero no es menos importante encontrarse con una sociedad que sigue siendo de puertas abiertas. La ley que tenemos es una validación con la que se sienten protegidos. Y hace un poco más sencillo insertarse socialmente”, dice el especialista.
La mayor angustia expresada en la consulta es “no poder ser”. Y peor aún convivir con la sombra de “no poder ser nunca”, “no puedo ser yo”, “no tengo un lugar en el mundo”. En otros países, esta situación puede ser un camino sin salida. “No sólo hay desconocimiento sobre la transexualidad. También mala praxis y situaciones de violencia con respecto al derecho básico de la identidad y el reconocimiento de lo trans”, remarca Helien .
Lo que se les ofrece en un hospital público porteño es un modelo único en el mundo, según los profesionales que lo integran. En 2005, comenzaron atendiendo unas 15 personas. Actualmente, hay una lista de espera de seis meses.
Sin lugar a dudas, la transexualidad –la autopercepción de manera persistente a lo largo de la vida del género opuesto al sexo biológico– es uno de los temas que más confusiones y discusiones dispara, todavía hoy, dentro y fuera del campo de la medicina, las ciencias sociales y de la sociedad en general.
Las controversias seguirán, quizá, por mucho tiempo. Tal vez no se apaguen nunca. Con miradas más o menos insistentes en aquello que compromete lo religioso, lo ideológico e incluso, el temor. Al cabo, las formas que adquiere el rechazo a un otro que no se puede encasillar en el binario hombre-mujer.
Brian, que se asume como mujer transexual, voló desde Ecuador. Lo primero que hizo al instalarse en Buenos Aires fue realizar las primeras consultas para comenzar su transición. En poco tiempo, también, empezará a cursar materias en la UBA.
Fuente: Revista Viva, 8 de febrero de 2015