Por Carolina Amoroso | LA NACION
"Nunca nos terminamos viendo", cuenta Mariana, de 29 años, para adelantar el final de una historia que, entre la risa y el pudor, le cuesta relatar con detalles. Duda al hablar de "relación" y opta por utilizar la palabra "juego" para definir los encuentros que, pantallas mediante, mantuvo con un amante furtivo.
Ocurre que su historia, como tantas otras similares, encierra algunos de los interrogantes más inquietantes que trajo la explosión de la virtualidad: ¿estamos perdiendo capacidades que nos permiten vincularnos en el plano material? ¿Cuáles son las consecuencias para la vida psíquica? ¿Se puede reemplazar el sexo por el sexting (envío de mensajes de texto con contenido sexual)? ¿Hay verdaderamente una relación sexual en ese caso? ¿Por qué frente al bombardeo constante de estímulos sexuales (con imágenes explícitas a un clic de distancia) proliferan las disfunciones sexuales vinculadas a la falta o disminución del deseo?
Los especialistas señalan la importancia del contacto personal y advierten sobre el riesgo del aislamiento.
"Yo había estudiado teatro con él. Se fue a vivir a Estados Unidos y, en una de sus vacaciones, nos reencontramos en un bar. Desde ahí, siempre quedó pendiente algo entre nosotros, -narra Mariana, graduada en Letras-. Cuando él ya estaba allá, empezamos a chatear por Facebook. Después, la charla pasó al Skype, cuando empezó a subir el tono y empezamos a tener sexo virtual. Pasó unas tres veces y después no volvimos a hablar. Quedó ahí. Incluso cuando vino acá en las vacaciones tampoco nos vimos. La primera vez que lo hicimos, no, pero la segunda vez sí fue triste. Después de que se acaba el Skype, el vacío es enorme porque vos estás acostumbrada a que después de algo así hay contacto, un abrazo. Pero acá no hay nada. Apagás la compu y volvés a estar sola."
Richard Kearney, filósofo y profesor en el Departamento de Filosofía del Boston College, se propuso reflexionar en torno a estos temas. En una columna titulada "Losing Our Touch" ("Perdiendo nuestro contacto", un juego semántico que se desprende de las acepciones de touch: tacto, toque, contacto), publicada por The New York Times, Kearney acude al propio Aristóteles para explicar la importancia del tacto para la conformación de una forma de inteligencia. "«El tacto conoce las diferencias», insistía Aristóteles. Es la fuente de nuestro poder más básico para discriminar. Nuestra primera inteligencia es el refinamiento sensorial. Esta sensibilidad primaria es también lo que nos pone en riesgo ante el mundo, exponiéndonos a la aventura y al descubrimiento", escribió Kearney y, unos párrafos más adelante, agregó: "El tacto no es inmediatez ciega... Los sentidos carnales nos hacen humanos, manteniéndonos en contacto con las cosas...".
Para introducir el tópico del eros en una de sus clases, el filósofo planteó algunos de los interrogantes más actuales a sus alumnos y notó una paradoja que se desprendía de los relatos de los jóvenes: la cultura actual, que generalmente se piensa como una cultura materialista, es, en realidad, la menos materialista que se puede imaginar, ya que está signada por la mediatización y, en buena medida, por nuevos patrones de aislamiento, como el voyeurismo. "No es cuestión de darle la espalda a la tecnología. Creo que como una forma de llegar a la posibilidad de una relación sexual o táctil es una cosa maravillosa, pero cuando reemplaza a la relación material, particularmente, a través de la pornografía, se termina teniendo otro tipo de sexualidad", dijo Kearney en diálogo LA NACION.
Por otro lado, añadió: "Extrañamente, hay cierto neoconservadurismo en esto de retraerse a la sexualidad virtual. Es un modo retractivo de expresión. En lugar de conectar, como hicieron los baby boomers en los sesenta, donde había un sentido de lo comunal, creo que con las nuevas tecnologías, la sexualidad se ha vuelto anticomunal, en tanto que es solitaria, sucede cada vez más adentro de la cabeza. Hay un nuevo aislamiento, que, irónicamente, en la consumación sexual, va de la mano de un sistema comunicacional global digital. Estás conectado con todo, pero la realidad es que estás solo frente a tu pantalla".
Este "nuevo aislamiento" al que se refiere Kearney se plasma en conductas como el voyeurismo o incluso en la llamada "pornografía amateur", o videos eróticos realizados por parejas anónimas. "Yo diría que eso también es un ejemplo de retracción. Te encerrás en tu pequeño módulo y es una imaginación aislada. Es otra forma de individualismo porque es atomizante", observa.
EL PLACER SOLITARIO
Psicólogos y sexólogos argentinos observan que el gran terreno que gana el autoerotismo puede transformarse en un motivo de consulta cuando se convierte en la única opción entre las alternativas del menú sexual. "A mí me llama la atención que cada vez vienen más a las consultas personas que han hecho del autoerotismo su vida erótica. Tienen un encuentro cada vez más cerrado consigo mismos. Es muy difícil cuando esa persona se encuentra con otra para una relación, porque se ha acostumbrado a una escena erótica idealizada a partir de un estímulo, sin ninguna situación de exigencia o de estrés. Tiene esa configuración que es la que le funciona y cuando tiene que estar con un otro, le resulta muy difícil. Entregar el cuerpo y recibir al otro resulta muy complejo", asegura el sexólogo Adrián Helien.
"Las tecnologías han facilitado algunas posibilidades de encuentro de distintas expresiones de placer, pero no reemplazan para nada el contacto real. Por otro lado, toda la diversidad de expresiones sexuales coexiste con una absoluta desinformación acerca de la sexualidad. Siguen vigentes los mismos tabúes. Seguimos manejándonos con mitos que no respetan la libertad de expresiones sexuales", agrega Helien.
Para Any Krieger, psicoanalista, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y autora del libro Sexo a la carta, si bien la tecnología ha permitido la visibilización de determinadas conductas, hay otros factores que cambiaron los patrones de comportamiento sexual. "En esta época que estamos transitando, hay un empuje a gozar -dice-. Hay una insistencia en que tenemos que ser felices como mandato. Y dentro de esa exigencia de la felicidad, hay una exigencia puesta en la sexualidad. Se habla incluso de cantidad de orgasmos, de cuántos minutos debe durar. Pero, paradójicamente, el psiquismo humano, cuando se estimula algo, suele reaccionar de una manera contraria. ¿Por qué? Porque la cuestión del deseo es compleja. No va por un camino recto, es caprichoso y tiene muchos recovecos. Lo que apaga el deseo no es la tecnología, sino el empuje a gozar, la obligación de gozar".
En relación a la tendencia de compartir las vivencias más íntimas y sacarlas del ámbito de lo privado, Krieger señala: "La mediatización se plasma y es muy llamativo ver cómo hay una imperiosa necesidad de hacer público lo más íntimo y lo más privado. Eso se ve multiplicado con las redes, que se usan prácticamente para poder expresar lo que uno piensa, lo que uno siente y lo que uno hace, de una manera exponencial, sin saber ni siquiera quién lo va a recibir o a ver. Uno podría pensar: ¿se ha acabado el mundo privado, ese mundo tan rico, tan interesante y tan creativo?"
EL OCASO DEL ENIGMA
Con la interminable marea de contenidos que trae consigo Internet, quedaron atrás los tiempos en los que encontrar una película condicionada o acceder a una revista de desnudos era un verdadero operativo, una aventura que formaba parte del anecdotario adolescente de generaciones enteras. Había algo en ese esfuerzo por develar los enigmas que escondía el objeto de deseo, que conformaba en sí mismo una fuente de adrenalina y placer. Precisamente porque la relación entre accesibilidad y deseo es compleja como pocas, no resulta extraño, para los estudiosos de los comportamientos sexuales, que las disfunciones del deseo aumenten notablemente en los últimos años, cuando la imagen prevalece y el misterio pierde terreno ante la "mostración".
Al respecto, Miriam Mazover, psicoanalista y directora académica de la Institución Fernando Ulloa, -quien también habla de la actualidad como una "época masturbatoria"-, observa: "La imagen hoy está en el centro de la escena. El cuerpo, que tiene en los humanos categorías simbólicas, se convierte en fragmentos a los que se prepara y se moldea para la pura exhibición. Pero el deseo se funda en la falta. Sólo puedo desear lo que falta. Ya no estamos hablando ni de cuerpos en el sentido simbólico ni de subjetividades. Ya no se habla de cosas del amor, se cercena esta posibilidad".
Al referirse a las consecuencias de estas problemáticas en la vida psíquica, Mazover agrega: "Cercenar la posibilidad de nombrar lo que falta y de brindarnos palabras de amor no es sin consecuencias psíquicas. Los seres humanos, si no nos vinculamos con amor, empezamos a tener trastornos psicosomáticos".
En su ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, el filósofo Walter Benjamin introduce la idea de "aura" para hacer alusión a la cualidad que distingue a una pieza de arte original de cualquier réplica, por más exacta que sea. En el texto, asevera: "Incluso a la más perfecta reproducción de una obra de arte le falta un elemento: su presencia en el tiempo y el espacio, su existencia única en el lugar donde se encuentra. [...]El aquí y el ahora del original es el prerrequisito del concepto de autenticidad". ¿Será que las relaciones íntimas también están revestidas de un aura que impide que cualquier experiencia de reproducción o simulación sea exactamente igual al encuentro auténtico y material? Aunque el cine y la literatura ya hayan esbozado sus respuestas (la más reciente, el film Her, de Spike Jonze), vale la pena hacerle frente, en soledad, a ese mismo interrogante.