¿Cómo se vive la infidelidad de una pareja cuando, además, el romance prohibido es homosexual? Testimonios que hablan de vergüenza, culpa y superación.
Alba Piotto | Clarín
Algo no andaba bien en la pareja pero a Paula, una arquitecta que ya pisó los cuarenta, no le pareció nada fuera de lo normal. Pensó que el trabajo y el hastío de la rutina estaban haciendo su obra. Pero por más onda que ella pusiera, las cosas no mejoraban. Su (ex) marido se iba alejando cada vez más y ella se convenció de que tenía otra historia amorosa. Pensó en la secretaria, esa joven simpática y bonita. En medio de la madrugada, el celular sonaba y él se iba a hablar a otro lugar de la casa. A ella le parecían conversaciones interminables hasta que volvía a la cama. Y empezó a pasar noches enteras frente a la computadora con la excusa de que tenía trabajo pendiente. “Una vez fui al escritorio y estaba absorto frente a la pantalla. Apenas me vio atinó a tirar el cable del enchufe para apagarla. Evidentemente, no era trabajo”, cuenta Paula, quien prefiere resguardar su identidad.
Lo confrontó un par de veces y él negaba cualquier situación paralela. Al menos, la que ella imaginaba y por la que sentía celos. Sin embargo, la verdadera historia estaba sucediendo delante de sus narices. La presencia del mejor amigo de él en las actividades de la familia era cada vez más frecuente. “Salía con nosotros casi todos los fines de semana, los chicos lo adoraban. Era el tío soltero, el que cambiaba de novia cada seis meses porque encontraba en todas algo que lo desencantaba”, sonríe. Cuando Paula planteó la conveniencia de pasar más tiempo solos, en familia, su ex marido reaccionó de manera inexplicable. “Me reprochó que siempre pensaba mal de sus amigos. Y me advirtió que no me pusiera en contra de ellos, mucho menos de ‘su’ amigo”, recuerda.
Él seguía minimizando los planteos de ella y a ella la duda le taladraba la cabeza. Hasta que la indiscreción –adrede o no– de alguien le abrió los ojos a lo impensado: “No había otra mujer en la vida de mi marido, había un hombre”, resume. “Me parecía una locura pero lo confronté. Al principio lo negó ofendido. Hasta que un día admitió que sentía atracción por otros hombres y que había empezado una relación con su amigo”, relata. “No pude procesarlo. Me había preparado para que me dijera que había otra mujer, para compararme con esa otra o para intentar que no me doliera tanto. Pero cuando escuché que se había enamorado de un hombre me quedé sin palabras.”
Confundida, avergonzada por la mirada de los otros y culposa, Paula se preguntó de quién se había enamorado, con quién había convivido todos esos años: “Me sentí estafada porque no sabía qué había significado en la vida de él. Si sólo le había servido de pantalla frente a los demás. ‘¡Qué estúpida fui!’, me repetía a mí misma por no haberme dado cuenta. Podía temer que hiciera cosas de soltero cuando viajaba a esquiar con sus amigos. Nunca se me cruzó que entre ellos tenía un amante... Bueno, ahora es su pareja”. Se divorciaron. Los primeros tiempos fueron confusos. Su exmarido sigue con su novio aunque viven en casas separadas. Mantener las apariencias en una familia conservadora como la de él sigue tejiendo mandatos fuertes. “Algún día habrá que contarles la verdad a nuestros hijos, que ya son adolescentes”, concluye Paula.
Salir del closet. Mi marido me dejó por otro o Mi mujer se fue con otra, después de haber formado una familia heterosexual, como cualquier otra separación, no es un tránsito fácil. La especialista y autora Beatriz Goldberg sostiene: “Puede ocurrir que algunas personas tengan una homosexualidad latente y que por los mandatos sociales y familiares opten por formar una familia para mantener las apariencias mientras que, en forma paralela, tienen relaciones con otros hombres o mujeres”. No sólo eso. “Algunos pueden estar en una etapa bisexual de sus vidas y además de su familia tienen aventuras. El problema existe cuando hay una vida paralela porque sostener la mentira tiene una carga de dolor muy grande.”
¿Qué indican estas historias? ¿Antes la persona era heterosexual y ahora es gay? ¿Las orientaciones sexuales son diletantes? “Sabemos muy poco acerca de cómo se conforma la orientación sexual, pero todas las hipótesis apuntan a que se construye a partir de una base biológica y la interacción con el medio social donde nos desarrollamos”, responde el sexólogo Adrián Helien. “La hipótesis más afianzada es que los mapas de la orientación sexual están constituidos alrededor de la primera infancia. Y si, por caso, un varón que está en una pareja heterosexual se enamora de otro varón o se excita o conmueve con él, es porque tiene la capacidad de poder hacerlo. Es decir, su mapa de orientación sexual incluye esta posibilidad desde antes.” Según Helien, nadie sale del closet de un día para el otro sino que es un proceso que incluye fantasías, deseos y acciones ocultas, encuentros esporádicos con personas del mismo sexo. Y que hoy pueden ser virtuales, a través de redes o sitios online. “Es importante subrayar que el enamoramiento no se planea, sucede”, concluye el especialista.
Hace un par de años, Eduardo, un profesional de clase media alta, decidió asumir la homosexualidad que había ocultado durante sus 50 años. Se había casado y formado una familia tradicional. Es abuelo. La vida sexual con su esposa, con quien dormía todas las noches, se limitaba a una o dos relaciones sexuales por año. Había tenido encuentros furtivos y fugaces con otros hombres, pero Eduardo amaba a su familia y no la pondría en peligro aunque viviera partido. En medio de la terapia familiar –a pedido de su esposa–, luego de varias sesiones, le planteó si la dificultad era que ella no lo atraía o que no le gustaban las mujeres en general. Eso abrió el grifo y contó lo que había sentido toda su vida.
El divorcio fue en los mejores términos, aunque el dolor y la confusión fueron inevitables en toda la familia. La hija mayor fue la que más alentó a su papá para que blanqueara la situación. En cambio, el hijo varón se sintió tan afectado como su madre. “Creo que me habría sentido igual si me hubiese dicho que se había enamorado de otra mujer –admite hoy su ex esposa–. En algún punto, que sea un hombre y no otra mujer casi lo tomé como un alivio. Será el narcisismo... –sonríe, permitiéndose una broma–. Con mucha terapia pude comprenderlo pero sufrí la separación”. Las reuniones familiares no fueron afectadas y Eduardo presentó a su pareja gay. “Lo fuimos viviendo de manera distendida. Por supuesto que costó, pero hubo mucha voluntad por parte de todos”, define la ex, quien también armó otra relación.
Graciela Faiman, especialista en familia y pareja, explica: “En realidad no es trascendental si tu pareja se va con alguien del mismo sexo o no. La persona siente una injuria en su autoestima, en cualquiera de los dos casos”. Y remarca: “Hoy, una pareja homosexual puede pensar en adoptar hijos o tener los propios con técnicas de fertilización, algo que antes no existía. Así, muchos hombres homosexuales, en su deseo de ser padres y armar una familia, se casaban con ese fin y hasta con cierta esperanza de enamorarse de esa mujer”. Faiman alienta a rescatar lo profundo de esa familia y la necesidad de rearmar esos vínculos. Aunque advierte: “Sentir dolor porque te dejan es normal. Aunque para algunas personas puede ser fatal si su autoestima está mal armada”.
Este año el sitio de streaming Netflix estrenó la serie Grace & Frankie, protagonizada por Jane Fonda y Lily Tomlin. Dos mujeres cuyos maridos, socios y amigos de toda la vida, les confiesan que tienen una relación gay paralela desde hace años y que habían decidido no sólo darla a conocer: también estaban dispuestos a casarse. En tono de comedia, la historia recorre los cuestionamientos más profundos que viven unos y otros, en esa nueva realidad. Incluidos los códigos familiares, las pequeñas manías cotidianas, construidas a lo largo de una vida y que a la nueva pareja le pueden resultar insoportables.
Mi esposa se fue con otra. Miguel tenía 35 años cuando su esposa se enamoró de una mujer. Descubrió el idilio al leer una carta de amor –que no estaba dirigida a él– y que ella había dejado olvidada en el baño. Con el paso del tiempo pudo reconstruir otros indicios que no había querido o podido ver. Como fuera, el golpe resultó duro y se resintió su salud. Lo primero que les dijo a sus amigos cuando contó por qué se había separado fue lacónico: “No lo entiendo; estábamos buscando ser padres”. Según Miguel, el mismo día que leyó esa carta decidió hablar con ella.
“No hubo demasiadas palabras ni reproches. Entendí que no podía hacer nada porque me confesó que siempre se había sentido atraída por otras mujeres antes de casarnos”, cuenta. “¿Habría sentido el mismo dolor si se hubiera ido con otro hombre? Sí, porque sentí el dolor de perderla. Ese día hablamos, lloramos. Yo me culpaba pensando que no había podido hacerla feliz, me sentí tocado en mi virilidad, avergonzado ante mis amigos. Hoy entiendo que fue un pensamiento equivocado ”, afirma Miguel.
Él se quedó con el perro. Arreglaron un régimen de visitas para que ella también pudiera tenerlo algunos días. El golpe duró años en los que no solamente tuvo problemas de salud sino que tampoco quiso involucrarse demasiado en una nueva relación. Se abocó a su trabajo en el sector turístico y ahogó su soledad rodeándose de amigos. “No me siento preparado todavía”, solía responder si le preguntaban cuándo iba a intentar, al menos, dejar que alguien entrara en su vida amorosa. Finalmente, luego de casi una década, conoció a una maestra. Y en eso anda ahora: “Volviendo a creer que es posible”.